13.11.04

Arafat


Posted by Hello

      Aunque el ser humano con el más mínimo sentido común acepte la democracia y sus valores, no cabe duda de que todos necesitamos líderes. Queremos delegar en otras personas la toma de decisiones importantes, especialmente aquellas engorrosas y difíciles. Precisamos de alguien en quien confiar, alguien que nos represente con talento y dignidad, con personalidad y contundencia.

      Si esto no fuera así, no se entendería la continua repetición de la palabra "orfandad" que uno ha advertido en los obituarios, editoriales, comentarios y todo tipo de escritos referentes a la muerte de Yasser Arafat en diarios de todo pelaje y condición. Y no sólo orfandad referida al pueblo palestino, sino también orfandad referida a todos nosotros, al desaparecer un referente importante de nuestras vidas, alguien que nos ha acompañado mucho tiempo y que siempre ha estado ahí.

      Es evidente que con Arafat ha desaparecido uno de los pocos líderes de la antigua escuela que nos quedaban. Líderes con carisma y personalidad, capaces de aglutinar en torno a ellos sentimientos y pasiones, odios y rencores. Todos relacionábamos Palestina con su persona. Era la primera persona en la que pensábamos cuando hablábamos o comentábamos, para bien o para mal, las reivindicaciones de un pueblo.

      En esta era descafeinada que nos está tocando vivir desde finales de los años ochenta, el líder que impera es una persona inocua, sin personalidad, sin poder de convocatoria. En las elecciones ya no se votan personas, se votan actitudes. Es más, a veces ni siquiera eso: se vota contra actitudes. Hemos visto como en las elecciones del 11-M y en las más recientes americanas, los votos no han sido en absoluto personales. No se ha votado a Bush, se ha votado por "la seguridad". No se votó a Kerry, se votó contra Bush. No se votó a Zapatero, se votó contra el Partido Popular. Se hace hincapié en las descalificaciones personales y no en las debilidades de un programa o tendencia política.

      Nuestros líderes actuales son incapaces de tomar una decisión por sí mismos y de reaccionar con prontitud ante las situaciones límite. Se rodean de asesores políticos, asesores económicos, asesores de imagen. Y si éstos no están a mano, se muestran ineficaces y nulos. La patética imágen de George Bush en la escuela de Florida en el momento en que le informan de los hechos del 11-S es un buen ejemplo. Un auténtico líder habría alegado "asuntos importantes que me reclaman en Washington" y habría suspendido la actividad.

      Una de las imágenes con las que siempre recordaré a Arafat es la de su donación de sangre para las víctimas del atentado al día siguiente del 11-S. Posiblemente un gesto inútil, puede que hasta una pose, no lo sé... pero un gesto digno de un líder. Porque Arafat entendió enseguida lo que implicaba la destrucción de las Torres Gemelas para su pueblo y su causa. Así que rápidamente quiso desmarcarse de ella. Fue un gesto que lamentablemente se perdió entre la avalancha de imágenes de la masacre, del miedo que asoló a todo el mundo... pero un gesto de auténtico líder.

      Evidentemente, Arafat cometió errores, y muchos. Los líderes no son infalibles. Pero son capaces de conseguir que la gente olvide los mismos. Porque su personalidad magnética los entierra. Sin embargo, en estos tiempos donde el talante ha sustituido al talento, nuestros líderes pagan muy caros sus errores. A Acebes siempre le perseguirá el "ha sido la ETA". A Rajoy, los "hilillos de plastilina". Y de otros, como Zapatero, su falta de personalidad es tal que no se puede recordar exactamente qué ha hecho o dicho. Al menos hasta ahora.

      Es posible que tengamos los líderes que nos merecemos, y que su absoluta inocuidad se deba a que ya no les exigimos nada. En ese caso, no queda mucho qué decir. Entretanto, Arafat ha muerto. Y con esta muerte el mundo va a cambiar. Para bien o para mal, el tiempo lo dirá. Pero esa es otra muestra de su importancia. Un líder marca a la gente hasta con su desaparición.

Imagen © BBC